Hubo, por muchísimos años, en la alta montaña del centro-sur de Chile, un lugar y una gente para los que difícilmente se encontrarían adjetivos adecuados. Ese lugar ya no está y el resto ya no será nunca más lo que fue. Ni lo serán ellos. Una parte no menor de la alta cuenca del río Biobío se ha ido para siempre. Pero nada habrá como haberles conocido. Y haber experimentado el remolino agridulce de sueños, viajes, reuniones, protestas, noches de fuego y mate, noches de insomnio y de amor que vivimos miles de ciudadanos, de muchos y en muchos rincones del planeta.