La pulverización del Imperio Carolingio en una serie de estados feudales obliga a que la nueva dinastía, Los Capetos, intenten la reorganización del Estado, y en este empeño traajarán durante toda la Alta Edad Media. Los Capetos comienzan su reinado prácticamente reducidos a la Isla de Francia y se contentan con sobrevivir, asociando a sus hijos a la corona para luchar contra el sistema electivo. Los grandes rivales feudales, los duques de Aquitania, Anjou y Normandía, los condes de Flandes y de Blois, quizá fueran más poderosos que el rey. Sin embargo, la dinastía contaba con algunos triunfos: ocupaban el centro del país, la Iglesia los sostenía, los rivales feudales estaban divididos y en constante conflicto, y el pueblo se sentía atraído por la alianza Rey-Iglesia, que daba al monarca un carácter sagrado, un derecho divino y el prestigio de la herencia del emperador Carlomagno.