Hace dos años que estoy muerto y me siento muy bien. Para alguien que lleva muerto un tiempo, naturalmente. Todo pasó así: una noche el coche en que viajábamos se despeñó por un barranco. No notamos nada. Fue como si alguien hubiera apagado la luz y nos hubiéramos dormido. Habíamos muerto. Todos: mi padre, mi madre, mi abuelo, Dientecillo y yo. Nos quedamos todos muy quietos, estirados. Como estábamos muertos, no sabíamos nada. Ni siquiera que habíamos muerto. A la noche siguiente, fuimos despertando uno a uno a nuestra nueva vida. No sabíamos si estábamos muertos o vivos o ni lo uno ni lo otro (también podía ser eso). Y era eso. No estábamos muertos o no nos habríamos despertado del sueño de la muerte, pero tampoco estábamos vivos como cuando estábamos vivos. Ni lo uno ni lo otro.