Parecía lo básico y hasta lo obvio por hacer, sin embargo, recordaba los ejemplos de vida con los cuales había crecido y los miraba como espejos para sentir la necesidad de ser agradecido por las pequeñas cosas que había alcanzado en sus cortos años de madurez. Para él siempre importó más los pequeños detalles que los grandes hechos o las muchas palabras. Lo que realmente le colmaba su espíritu de satisfacción para ese entonces era que gracias al tortuoso camino de tres años llenos de sorprendentes pruebas que más bien fueron retos de sobrevivencia, su animal interior repleto de ego y orgullo estaba siendo aniquilado por la más contundente de todas las armas contra la soberbia y la sobrevaloración personal: la humildad aprendida de corazón.