HACE mucho que los problemas ecológicos han alcanzado una dimensión global: la contaminación de la atmósfera y de las fuentes hídricas, la destrucción de la capa de ozono, el efecto invernadero, el cambio climático, la sobrepesca en los océanos, la superpoblación humana, y un largo etcétera. Entonces ¿por qué centrarse ahora en el neotrópico? Sencillamente porque es uno de los últimos bastiones de ecosistemas y de biodiversidad que queda en pie tras la codicia del extractivismo mundial. Y este baluarte hay que defenderlo porque no se encuentra exento de amenaza; basta con comprender que las fuentes de recursos yacientes en los ecosistemas neotropicales vienen siendo explotadas como si fueran inagotables y que en función de ello los países con escasez de recursos naturales, pero con poder financiero y un aparato industrial-mercantil desarrollado y robusto, han volteado a mirar hacia la riqueza y la abundancia del neotrópico.