Las generaciones nacidas en la mitad del siglo XX crecieron con una esperanza bien definida: la construcción de una sociedad mejor, más justa y equitativa. Ese fue el motor que las impulsó, guiadas todavía por el pensamiento socialista que aparecía en todo campus educativo, como una verdad incuestionable. No obstante, los hechos siguientes fueron desencantando a muchos idealistas, al encontrarse con un muro infranqueable que les negó el avance social.