Fui yo quien dejó a W., tras una relación de seis años. Por cansancio pero también al no verme capaz de cambiar mi libertad, recuperada tras dieciocho años de matrimonio, por una vida en común que él deseaba fervientemente desde el principio. Unos meses después, W. me anunció que se iba a vivir con una mujer cuyo nombre no quiso decirme. A partir de ese momento caí presa de los celos. La imagen y la existencia de la otra mujer se convirtió en una obsesión, como si hubiera penetrado dentro de mí. Esa es la ocupación que describo aquí.
"Desde la primera página, Ernaux provoca la rendición total del lector. Sin caer en el exhibiciónismo o mero subjetivismo, hace una disección de los celos depurada, nada mojigata, que demuestra su dominio rotundo a la hora de mostrar un arte fino y preciso pero de aspecto salvaje y desbordante. Se cumple plenamente la máxima de Pseudo-Longino según la cual "el arte es perfecto cuando parece ser naturaleza, y la naturaleza, a su vez, alcanza su logro cuando encierra en sí imperceptiblemente el arte" (Trad. Pablo Oyarzun y Eduardo Molina). Acaso no trasmite en cada párrafo fiebre, poseción y pathos, pero simultaneamente dominio, frialdad y razón? Aun así, su cualidad mayor estriba en ser capaz de asir el juego fugaz, caótico e inconciente del flujo la conciencia. Ese talento, por cierto innato "que exige una potencia del espíritu para aprehender el juego de la imaginación que pasa velozmente...." hace de su testimonio algo universal y único. En fin, al constatar y mirar de frente los subterfugios y autoengaños sufridos, es coherente con el resto de su obra."