En la línea de los mejores textos de memorias de la infancia, como los de Walter Benjamin o Marcel Proust, Caballero nos da una fresca y vívida imagen, a la vez que nostálgica, amorosa y divertida, sobre su niñez, en la que se reflejan la experiencia y las costumbres de la Bogotá de comienzos del siglo XX, así como el vacilante avance del país hacia una modernidad que aún se antojaba lejana.