Todos los presos de la primera galería estaban pegados a las puertas, como el Periodista. Pasaron aún unos minutos de silencio, guateado y gris. Prudencia y miedo. Luego el silencio se haría rojo y estallaría en estruendo. Se oyó un lamento lejano; otro. Gritos de dolor. Una voz viril - la del Cojo- resonó en las cinco nave s de la cárcel: -¡Compañeros, que nos matan! Los lamentos eran cada vez más lejanos. S