Un hombre ejerce un viejo oficio: vender libros de uso. Desde su sitio el de vendedor vela la ciudad. Desde la distancia, y a veces no de tan lejos, el vendedor puede ver el dolor ante la muerte, la locura sublime de una madre que acuna a un hijo al que niega haber perdido, la gloria envejecida, pero gloria al fin de un deportista de series nacionales devenido vendedor de limones/alcohólico, el inspector oportunista que castiga a todos haciendo uso de la legalidad que solo funciona a su favor, la belleza y frescura de una mujer que canta boleros y lleva en sí todos los colores del pentagrama, pero que la gente llama loca, el orgullo punzante del hermano que luchó en la guerra de Angola Viñetas mínimas donde la reflexión toma amplias dimensiones para mostrarnos la realidad cubana de finales del siglo XX, pero con una gracia que se nos hace menos desgarradora. Las peripecias de los personajes de este volumen por sobrevivir en un país que apenas se repone de otra crisis, la resaca que esta deja en la sociedad y la perseverancia indómita del cubano para vivir son reflejadas por Lorenzo Lunar con ternura y respeto desde un profundo amor por sus dos oficios: el de escritor y el de librero.