El conde-duque de Olivares, privado de Felipe IV entre 1621 y 1643, asumió el gobierno de la Monarquía con un ambicioso -aunque en buena parte fallido- programa de reformas políticas y no menos grandes designios para dar cohesión a los reinos peninsulares en la recuperación de la supremacía española en Europa. Su impronta p ersonal quedó también marcada en las artes y en las letras de su tiempo, gracias a un