La ciudad emerge lentamente en la novela de Gustavo Ferreyra. Y es la ciudad -Buenos Aires- que nos merecemos, la ciudad novela de estos años sin divisoria de aguas. Acción y geografía parecen corresponderse y, a veces, provocarse mutuamente para que los personajes de esta historia parezcan no encontrarse jamás en los lugares que sehubiera previsto. Y viceversa. Cada uno de ellos atraviesa los días que lo separan como si cumpliera una singular peripecia épica o una rara liturgia. Los lectores advertimosasí características civiles y psicológicas que una visión menos aguda no nos permitiría observar. De cerca, parece decir Vértice, cada acto es un acto criminal; de cerca, cadapersonaje de ficción es un monstruo. A lo largo de los años y de su obra anterior -tres novelas y un libro de cuentos-, Gustavo Ferreyra ha logrado un estilo tan personal que parece exigir un tratado crítico, no una contratapa. Ese estilo, copioso y desconcertante, con mucho de la mejor novela decimonónica, puede describir, sugerir y teorizar sinque los lectores adviertan la molestia; ese estilo, capaz dellegar a honduras dramáticas o cómicas sin perder la dirección narrativa, es un secreto que nos tienta y nos obliga a leer sin querer parar. El resto es la historia que el lector encontrará. No es necesario simular ser un profetapara saber que permanecerá en la memoria.