Albert Camus inició en 1935 un diario discontinuo de su vida, con notas de ideas para futuros proyectos o reflexiones sobre la ética y moralidad de su tiempo. En él se entremezclaron consideraciones sobre literatura y viajes, descripciones de entornos, citas de lecturas, diálogos escuchados en los cafés o meras imaginaciones pasajeras. Estos son los diarios fundacionales de sus posteriores escritos, que no solo ilustran su estilo de trabajo y su vida interior, sino también el clima intelectual y político de una época decisiva para la historia. «Se trata de vivir la lucidez en un mundo donde la dispersión es regla».