Cuando supe que sería papá, por un instante más largo de lo que quisiera confesar, contemplé con ansiedad todos los males de este mundo: la inseguridad, el estado de la economía, las emanaciones de gases tóxicos y la fragilidad de la capa de ozono. También aparecieron la obesidad, el ántrax y la dificultad de vivir en una sociedad con tanta desigualdad e hipocresía disfrazadas de tradición. Recordé, incluso, la frase que lanzó un amigo durante una noche de copas: "¿Quién, en su sano juicio, querría traer un niño a este mundo, tal y como está?" Creo que nunca me pude sacudir, por completo, de aquella grase. ¿Que había hecho? Ni siquiera estaba seguro de si podría ser exitoso como esposo y ya me había comprado todas las rifas para el trabajo más dificil de este mundo: ser papá. Pero, adivinen: con Valentina, me gané el premio.