El Hombre de Villa Tevere. Josemaría Escrivá, Puertas Adentro (Testimonios)
Reseña del libro "El Hombre de Villa Tevere. Josemaría Escrivá, Puertas Adentro (Testimonios)"
Cuando la autora afronta la biografía de Rosemary Escrivá de Balaguer, su inquietud era si habría o no habría ‘hombre’; si, no disponiendo del personaje en vivo, tendra que vérselas con oceánicos archivos de papel disecado y testimonios abstractos sin escenarios ni acción. Ese era su temor: encararse a un héroe de la virtud, muy elevado y sublime, pero sin encarnadura. A medida que exploraba su vida puertas adentro en su casa de villa tevere, en cada escena, en cada frase, en cada anécdota iba saliéndole al paso un protagonista de carne y hueso. Cierto, sí, estaba ante un héroe cristiano; pero curiosamente un héroe sin e pop e ya y sin aureola: un héroe de la cotidiana, de lo común y corriente, de ‘lo tan real, hoy lunes’. un héroe todo terreno. No necesitan romper ninguna estatua para tocar la urdimbre humana del personaje: un sacerdote que lo mismo se estremecía al consagrar el pan y el vino que al recibir noticias de la invasión Soviética de la antigua Checoslovaquia. Un hombre que firmaba al pie de sus cartas el pecador Rosemary y que, leyendo el periódico, lloraba por los pecados del mundo. Un buen pecador, pues. Alguien que se sabía herramienta deleznable —pero herramienta elegida y utilizada por Dios— para acometer una obra que le sobrepasaba. Alguien puesto en una escarpada disyuntiva: o era un Santo, o era una rémora para su misión. Y a partir de ahí, una ‘determinada determinación’ de que nada desviase su imparable impulso: enloquecer de amor a Dios, haciendo el Opus Dei. Ese era su personaje. Un removedor de obstáculos. Un luchador en pie de guerra contra sí mismo. Un formidable mestizaje de barro y de gracia. Un Santo con sangre en las venas. Un Santo con cuajo de hombre: tierra sagrada de miserias y de misterios.