Reseña del libro "El poder del ejemplo"
EL PODER DEL EJEMPLO...El baile no cesaba nunca; para eso había dos orquestas reemplazándose alternativamente. Pero los bailadores solían hacer alguna pausa en los palcos, convidando a sus parejas, sentándose a las amigas o novias en las rodillas y besándolas a la vista de todos. Estos besos tenían la virtud de excitar los deseos de la gente que ocupaba los palcos vecinos. Nadie quería ser menos que otro y rivalizaban en besar y sobajear a sus amigas con mayor tranquilidad y alardes de hombres ap r ovechados. El palco de nuestra izquierda lo tenían abonado los compañeros de una casa de huéspedes, estudiantes unos y dependientes de comercio otros, que no bailaban nunca, divirtiéndose en hacer entrar a cuantas chicas accedían para invitarlas a pastas y obligarles a que les enseñaran las ligas. Ellas se negaban riendo, pero era condición precisa para comer un pastel, y, como veían que otras no se andaban con remilgos para enseñar las ligas acababan por alzarse las faldas hasta medio muslo, obteniendo aplausos y elogios a la esbeltez de sus pantorrillas y el grosor o la blancura de sus carnes. Entonces, admitidas ya en su sociedad se sentaban sobre las rodillas de cualquiera y se atracaban de pasteles, mientras los afortunados que las soportaban se entretenían en reconocer todos los salientes y entrantes del cuerpo. A veces una pareja simpatizaba profundamente y ya no se separaban los brazos de ella del cuello de él, ni se separaban los labios insaciables de besos, ni las manos varoniles se separaban de los encantos femeninos como no fuera para bucear bajo las faldas en busca de otros encantos. Los compañeros se reían al verles y les gritaban en broma:-¡Eh, niños! Que lleváis media hora dándoos el pico y eso es ponernos los diente largos.-Ocuparos de vuestras cosas y dejadnos a nosotros -decía él, sin separar los labios de los de su conquista ni sacar las manos de debajo de sus faldas.-Es que para hacer esas cosas se va a otro sitio.-Nosotros no hacemos nada.-No hacéis nada, pero a nosotros nos pone malos ver las enaguas de esta chica.-¡Mentira, que no llevo enaguas! -gritaba ella, sin preocuparse del desorden de su traje, ni rectificar la posición.-¡Ah! ¿No son las enaguas? Pues a ver qué es.El que había hablado se acercaba a la muchacha y haciendo que examinaba su ropa interior, se la alzaba hasta poner de manifiesto sus carnes. Todos reían y ella más. El envidioso acercaba una silla y se sentaba detrás de la pareja, arrimado a la espalda de ella, metiendo bonitamente las manos bajo las faldas de la moza y completando el sobajeo del amigo. Ella seguía arrobada con el que le había gustado, besándole con fuego, olvidada de todo lo que pasaba a su lado, sin detenerse a considerar a quién pertenecían las manos que sentía sobre su cuerpo. El conquistador no sentía celos porque comprendía que las simpatías de la muchacha eran por él y se veía en la mejor situación, recibiendo los besos de la chica y pudiendo acariciarla en su más deseable atractivo.
