Reseña del libro "Blanco Roto"
Decía Armando Palacio que “cuando se bordea un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo.” Escribir un poemario como este que nos ocupa, requiere bordear ese abismo, casi adentrarse en él, y dejarse guiar por el instinto que las lecturas y la vida nos han inculcado. Esther Gómez nos presenta en “Blanco Roto”, su primer poemario, una mirada nítida a ese vértigo de las cosas, y lo hace con un estilo donde lo clásico y lo cotidiano se dan la mano, dialogan y abren insólitos caminos.
Pocos autores contemporáneos consiguen esta medida justa de claridad y misterio poético que la joven autora nos regala en sus versos; algo que es muy de agradecer ante la avalancha de poemas panfletarios y ejercicios de egocentrismo a los que las editoriales nos tienen acostumbrados. Y aquí está una de las claves para entender este libro; Esther no escribe por lucimiento ni para alardear de la calidad de su escritura. Lo hace desde la necesidad de explicar lo inexplicable, de entender el mundo para poder entenderse a sí misma y a lo humano. Este entendimiento llega a través de las sensaciones y no del raciocinio, dotando a la palabra de una polisemia que va más allá del lenguaje. Lo inasible se convierte en el único motor posible de la poesía, lo que le da sentido. En esas cosas inexplicables está el abismo y la poeta mira hacia él sin miedo, consciente de que es la propia naturaleza de la existencia la que le devuelve la mirada.
Así lo entendió Juan Ramón Jiménez en la última etapa de su vida. ¿Cómo olvidar “Animal de Fondo”, el mejor de los libros del poeta? Recordemos que era su deseo destruir toda su obra anterior a éste, lo que demuestra la importancia que dio a sus últimos escritos. En ellos transmuta a Dios en ese precipicio que nos impone la existencia, para arrojarse a Él desnudo de artificios. Lo humano reencontrado con lo inmenso. El ser vacío y vaciado de lo exacto, de lo palpable, de toda cosa que no sea su propio sentir, para convertirse en el catalizador de ese misterio que da sentido a la lírica.
No es azaroso que haya nombrado al premio Nobel moguereño, paisano de la escritora del libro que nos ocupa. Es, sin lugar a dudas, una gran influencia para Esther. La naturaleza y la luz melancólica juanramonianas, recorren las dos partes de “Blanco Roto” con espontaneidad, sin apagar por ello la personal voz de la autora. Pero no es Juan Ramón Jiménez el único poeta que ilumina este libro; están Rilke con sus ángeles terribles, Góngora con sus luminosas metáforas, la saudade de Rosalía de Castro, la fragilidad de Pizarnik ante la vida… Toda una tradición literaria que confluye de forma magistral en los versos aquí recogidos.
Es “Blanco Roto” un poemario escrito por alguien que ama y conoce la poesía; un libro que merece ser leído y releído hasta hacerlo nuestro o hacernos parte de él. Estoy convencido de que este poemario dejará huella y que Esther Gómez, su autora, dará mucho y bueno de qué hablar en los próximos años. Por favor, no olviden su nombre.
